Vivir y morir por Italia

A lo largo de la historia diferentes gobiernos y regímenes han utilizado el deporte como elemento propagandístico de sus políticas. El fútbol, como deporte más masivo y popular, ha sido siempre la principal víctima de este juego de mezclar política y deporte. El paradigma de esa utilización política, de esa comunión entre un evento o un equipo deportivo y un determinado régimen, se produjo en Italia en los años 30. Para comenzar esta historia nos tenemos que retrotraer a 1919, recién acabada la Primera Guerra Mundial.

Según el Tratado de Londres de 1915, Italia abandonó la Triple Alianza y se cambió de bando en mitad de la Gran Guerra pasando al bando de la Triple Entente. A pesar del paso a los ganadores de la contienda, la sensación después del Tratado de Versalles que puso oficialmente fin a la guerra es que Italia había sido “humillada” en los acuerdos. Los aliados habían prometido a los italianos las regiones austriacas de Trentino, Istria y Dalmacia, pero la creación de Yugoslavia frenó esa anexión y en Italia creció el descontento. Un clima que propició la creación de los Fasci di combattimento, movimiento político que fue el germen del fascismo y que aspiraba reunir a arditi (antiguos combatientes de la guerra) y descontentos en general con la situación creada. Había nacido un movimiento que dominaría Italia en los próximos años y marcaría trágicamente el destino de ésta. En 1921, Mussolini funda el Partido Nacional Fascista. En 1922, bajo la simpatía del rey Victor Manuel III, la burguesía y el ejército da un Golpe de Estado y tras la célebre Marcha sobre Roma, toma el poder. El Partido convirtió Italia en un estado totalitario y como es habitual en dictadura todo debía servir para ilustrar la grandeza de la patria. También, el fútbol.

En 1921, Mussolini funda el Partido Nacional Fascista. En 1922, bajo la simpatía del rey Victor Manuel III, la burguesía y el ejército da un Golpe de Estado y tras la célebre Marcha sobre Roma, toma el poder.

En 1930, en Uruguay, había tenido lugar el primer Mundial de fútbol de la historia y debido a su éxito se decidió repetir cuatro años más tarde, esta vez en territorio europeo. El país elegido iba a ser Italia, nación dominada a esas alturas con mano de hierro por Benito Mussolini, Il Duce. El líder del fascismo lo tuvo muy claro desde el principio y así se lo comunicó a Giorgio Vaccaro, presidente del Comité Olímpico Italiano. Italia tenía que ganar ese Mundial para gloria del fascismo de la manera que fuera. Vaccaro había presionado políticamente para conseguir que Italia fuera la sede del Mundial. Ahora comenzaba el trabajo para que nada ni nadie se interpusiera en la victoria azzurra.

Italia era un potencia futbolística en la década de los 30 a manos de Vittorio Pozzo, técnico que había introducido una nueva táctica revolucionaria, el llamado Método, que pasaría a la historia como la base del esquema defensivo moderno. Vittorio Pozzo era un gran admirador del fútbol inglés que había puesto de moda el esquema conocido como la WM. En Austria, Hugo Meisl en su Wunderteam jugaba con la pirámide invertida. Pozzo se encontraba entre la WM y la pirámide, así que decidió que Luis Monti se convertiría en un “centrocampista mediano”, como él mismo lo definió marcando al delantero en defensa y siendo un centrocampista más en ataque. La WM se convirtió en WW.

Además de la sabiduría y experiencia de Vittorio Pozzo, otra de las claves para la victoria de Italia fue juntar en la selección liderada por Giuseppe Meazza a un nutrido grupo de oriundi, es decir, jugadores de ascendencia italiana que habían nacido e incluso jugado en Brasil y Argentina. Cinco jugadores latinoamericanos formaron parte de ese equipo: los argentinos Luis Monti, Raimundo Orsi, Enrique Guaita, Attilio Demaría y el brasileño Guarisi. Los años 30 fueron años de esplendor del fascismo y de exaltación de la patria. El sueño de Mussolini era una Italia agresiva e irredenta que acabara formando un imperio como el romano, época histórica que homenajeó en la arquitectura, el lenguaje y la política. En ese clima, la nacionalización de los oriundi fue defendida por Pozzo con una meridiana frase. “Si pueden morir por Italia, pueden jugar por Italia”.

Además de la sabiduría y experiencia de Vittorio Pozzo, otra de las claves para la victoria de Italia fue juntar en la selección liderada por Giuseppe Meazza a un nutrido grupo de oriundi, es decir, jugadores de ascendencia italiana que habían nacido e incluso jugado en Brasil y Argentina.

Una vez que se había conseguido armar un potente equipo bajo la batuta de un innovador entrenador llegó la hora de ganar el Mundial. Italia debutó con una goleada estrepitosa contra Estados Unidos a la que endosó siete goles en Roma ante un enfervorizado público. Il Duce se relamía pensando en lo fácil que iba a ser cumplir su plan. Pero para mostrar la superioridad de Italia el régimen tuvo que recurrir a las trampas. Si ya en clasificación hubo polémica porque se supo que los italianos habían comprado el partido de vuelta de clasificación del Mundial contra Grecia sobornando con dinero a sus rivales, en el Mundial los árbitros estarían constantemente bajo la lupa.

En cuartos de final, la escuadra de Pozzo se vería las caras con España en lo que sería el partido más polémico del torneo. Un partido que se asemejó más a una batalla bélica que a un deporte. Once jugadores, siete españoles y cuatro italianos, acabaron lesionados. España se adelantó, pero empató Ferrari en una jugada tremendamente polémica al ignorar el árbitro que Schiavio estaba obstaculizando a Zamora, portero de la selección española. Debido a la dureza mostrada sobre todo por los italianos, el partido se tuvo que suspender al caer lesionados tantos jugadores. El partido de desempate se jugó al día siguiente y siguió la tónica del anterior en cuanto a agresividad y dureza. Italia ganó 1-0 en medio de las fuertes protestas de los españoles por un gol anulado a la selección que parecía legal. René Mercet, árbitro de aquel encuentro fue suspendido de por vida por su federación, la suiza. Durante todo el campeonato planeó la duda más que evidente de que el régimen fascista había presionado a los árbitros para favorecer a la Azzurra. El fascismo quería ser fuerza, la dureza y la agresividad y el “vencer como fuera” era ya una obligación que iba muy por encima del deporte.

La semifinal contra Austria, también ganada 1-0, no se libró de la polémica arbitral con otro tanto dudoso italiano, esta vez de Meazza, que subió al marcador. El 10 de junio de 1934, en el entonces Stadio Nazionale del P.N.F., se jugó la final entre la Azzurra y la República Checa. El árbitro destinado a lidiar en la contienda era el sueco Ivan Eklind, que ya había arbitrado la semifinal y cuyas filias filofascistas eran conocidas. El régimen iba a hacer todo lo posible por ganar y le preocupaba bien poco lo mucho o poco que se notase. Para la historia, la imagen de los jugadores italianos haciendo el saludo fascista para inmediatamente ser imitados por los árbitros. Bajo unos abrasadores cuarenta grados y la sibilina amenaza del Duce, la Azzurra se impuso a Checoslovaquia por dos goles a uno. Los checoslovacos se adelantaron en el minuto 71. Un cambio táctico de Pozzo que intercambio posiciones entre Schiavio y Guaita fue clave para la remontada azzurra. A nueve minutos del final un gol de Orsi nivela el encuentro que se decidirá en el tiempo suplementario. En el 95 Schiavio ante el delirio del estadio romano marca el definitivo dos a uno e Italia se proclama por primera vez campeona del mundo.

Para la historia, la imagen de los jugadores italianos haciendo el saludo fascista para inmediatamente ser imitados por los árbitros.

La prensa internacional denunció los días posteriores el clima de presión y favores que provocó el gobierno de Mussolini para que los italianos ganasen aquel Mundial. Para la historia también queda la velada amenaza del Duce a los jugadores que salieron aquel 10 de junio sabiendo que se jugaba algo más que un partido de fútbol, sabiendo que en el fascismo saber perder era algo que ni se contemplaba. Cuatro años más tarde y de una manera bastante más justa, la Italia de Pozzo ganó en Francia su segunda Copa del Mundo. Pero Europa ya vivía el clima prebélico que desembocaría en la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo año, 1938, ya se habían promulgado en Italia las leyes raciales fascistas dirigidas principalmente, aunque no exclusivamente, contra los judíos. El clima de terror de Mussolini ya era imparable. Y ya nada podría borrar el dictamen de la historia sobre aquel Mundial 34, aquellos saludos fascistas y aquel régimen que condujo a Italia hacia el abismo.

Fuente imagen principal: FIFA.

Pasolini, el poeta del Calcio

El 31 de octubre de 1926 se produjo la inauguración del Stadio Littoriale de Bologna. Hoy, ese estadio es conocido como el Renato Dall`Ara, alberga los partidos de local del equipo de la ciudad y aquella inauguración pasó a los libros de historia. Aquel día estaba presente en los festejos, Benito Mussolini, ya convertido en un poderosísimo hombre, presidente del Consejo de Ministros y líder del Partido Nacional Fascista. El acto había sido concertado dentro de la conmemoración de la Marcha de Roma, pero no sería un día tranquilo para el hombre que abocaría a Italia al desastre años después. Aquella tarde, un chaval de 15 años, de presuntas ideas anarquistas, intentó asesinar a Mussolini con un disparo. Fue detenido e identificado por un oficial de caballería, y linchado por la multitud fascista. El cadáver del muchacho tenía catorce puñaladas, un balazo y signos de estrangulamiento. Nunca se llegó a probar la verdadera culpabilidad del joven. El hecho fue aprovechado por los fascistas para suprimir las libertades y disolver los partidos de la oposición.

El joven linchado se llamaba Anteo Zamboni y hoy, en su recuerdo, una de las principales vías de Bolonia lleva su nombre. En vía Zamboni, en un café homónimo puedes disfrutar del extenso y famoso aperitivo sin límites de la ciudad por ocho euros, y si continúas por la calle llegarás a varias facultades de la universidad más antigua de Europa. Bares, pubs, heladerías y pintadas de marcado carácter izquierdista, pues estamos en el corazón de la Italia roja, completan el paseo en honor de aquel muchacho al que el destino puso en el lugar equivocado. El mismo lugar de aquel oficial de caballería que le identificó. Ese oficial era el padre de Pier Paolo Pasolini, escritor, intelectual, poeta, director de cine, personalidad crítica, hijo predilecto de Bolonia la roja y apasionadísimo del Calcio y de su Bologna.

Pasolini fue uno de los intelectuales más comprometidos políticamente de su época. El poeta era marxista, católico y homosexual, y por encima de todas las cosas un personaje libre y sincero

Pasolini fue uno de los intelectuales más comprometidos políticamente de su época. El poeta era marxista, católico y homosexual, y por encima de todas las cosas un personaje libre y sincero que acabó atrayendo el odio de sectores del país que no le perdonaron ni su vida privada ni sus ideas políticas. Pero mientras alcanzaba fama mundial con una carrera prolífica y multidisciplinar y se convertía en uno de los cineastas más provocadores de la época, con películas que supusieron un escándalo como El Evangelio según Mateo o Saló o los 120 días de Sodoma. Pasolini nunca dejó de amar el fútbol, una pasión que le acompañó toda su vida.

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En los descansos de los rodajes aprovechaba para organizar partidillos de fútbol entre compañeros. Partidos que si perdía se enfadaba como aquella famosa anécdota de un encuentro disputado entre los miembros del rodaje de Saló y los de Novecento, del afamado Bernardo Bertolucci. El equipo de Pasolini perdió y el poeta, airado, se marchó enfadadísimo. No hay amistosos cuando de calcio se trata.

Tifoso reconocido del Bologna, Pasolini escribió durante toda su vida artículos analizando el fútbol. Durante 20 años, el poeta expuso sus ideas sobre futbol, ciclismo, boxeo o las Olimpiadas de Roma de 1960 en diferentes artículos. Estos escritos fueron recopilados en un libro publicado hace un par de años por la Editorial Contra, titulado Sobre el Deporte. Uno de los textos más famosos de Pasolini fue el que escribió en 1971 para el periódico Il Giorno explicando las razones por las que Italia había perdido la final del Mundial’70 contra Brasil, haciendo una analogía literaria en la que los azzurri jugaban en prosa y los cariocas en poesía.

Tifoso reconocido del Bologna, Pasolini escribió durante toda su vida artículos analizando el fútbol. Durante 20 años, el poeta expuso sus ideas sobre futbol, ciclismo, boxeo o las Olimpiadas de Roma de 1960 en diferentes artículos

También tuvo la oportunidad en su momento de conocer a las estrellas del balón. Pasolini coincidió en su infancia con el mejor Bologna de la historia, que entre 1920 y 1940 consiguió ganar seis ligas italianas. En 1964, fecha del último scudetto, Pasolini entrevistó a sus jugadores para la televisión italiana. El hombre que con su prosa, su brillante acidez y su sinceridad estaba poniendo patas arriba el status quo italiano actuaba como un niño ilusionado ante la visión de los jugadores de su equipo del alma. De entre todos, su favorito era Bulgarelli, capitán eterno del Bologna que hoy nombra a una de las curvas del estadio. El día que le conoció, cuentan los conocidos, Pasolini “se quedó sin habla”. El fútbol no tenía sentido sin ídolos ni sin amar a un equipo favorito. Aquel Bologna cosió en la zamarra el Scudetto tras derrotar al Inter en casa por dos cero. El título fue el homenaje póstumo a Renato Dall`Ara, el presidente más importante de la historia del club que había fallecido cuatro días atrás a causa de un infarto. El estadio, el mismo recinto donde Zamboni fue apuntado por el padre de Pasolini y asesinado por la multitud, fue renombrado en homenaje al dirigente.

Desde entonces, el Bologna no ha vuelto a estar entre los grandes clubes del país, e incluso hace tres años el equipo descendió. Hoy día navega en media tabla bajo la batuta de Roberto Donadoni, mientras la dirigencia norteamericana que compró el club hace unos años planea reformar el viejo estadio. La historia del Bologna se seguirá escribiendo eternamente. La de Pier Paolo Pasolini tuvo un trágico final. La versión oficial cuenta que Pasolini fue asesinado en un descampado de Ostia, localidad costera cercana a Roma, por un chapero llamado Pino Pelosi. El joven, de tan sólo 17 años, argumenta que el escritor intentó abusar de él. El cadáver aparece desfigurado y terriblemente torturado. La versión oficial parece una farsa de mal gusto. Hoy día la verdadera historia sigue siendo un misterio. Pelosi imploró años después su inocencia y se barajaron diversas hipótesis, desde un crimen homófobo hasta por cuestiones políticas. Unos dicen que era víctima de un chantaje por parte de unos delincuentes que le habían robado cintas de películas, otros aseguran que el intelectual iba a desvelar en un libro el nombre del asesino del industrial Enrico Mattei y que quisieron callarlo. Lo que es seguro es que la Italia más intolerante y rancia tenía en su punto de mira al escritor. Pelosi falleció de un tumor este verano. La verdad de aquella triste noche en Ostia se la llevó a la tumba.

Fuente imagen principal: VITTORIANO RASTELLI (CORBIS/GETTY IMAGES)